"Yo no estaba en la ruta de algo, estaba viviendo, me dejé llevar tranquilo en el chorro de la vida... yo sé que van pasando cosas bonitas por la orilla pero no sé dónde está el final: tal vez sea un charco bien bacano o un abismo"
“¡Entre negros morirás porque tenés condición de negro!”, le gritó su abuela a Camilo Arroyo después de que la golpeó en la boca para defender a la criada negra que trabajaba en su casa de Popayán y estaba siendo humillada por la matrona. Arroyo era entonces un niño que empezaba a conocer el mundo. No podía imaginar que la supuesta maldición de su abuela —que para él sería una bendición— describía el rumbo que tendría su vida, cuando los años hicieran de él un viajero que se instalaría en el paraíso de Guapi, en el departamento del Cauca, al sur de Colombia, ganándose a través de los años el derecho a ser considerado como una parte esencial del paisaje. Así lo retrata Patricia Ayala Ruiz en la primera secuencia de Don Ca, su ópera prima, cuando vemos el río Guapi desde una lancha y, tras un movimiento de cámara, el rostro de Camilo Arroyo en un primer plano, con su barba de patriarca bíblico y un mono sentada sobre sus hombros, componiendo con el entorno una imagen clásica de registros diversos: la imagen del blanco que vive como un expedicionario en la selva; la imagen del aventurero que se marcha del mundo urbano y asume el exotismo como una forma de vida; la imagen de un ser humano buscando el sitio apropiado para celebrar lo que se parezca a la realidad de un sueño.
El documental presenta a este personaje que, 35 años después de llegar a esta selva, de acostumbrarse y aprender a nadar en la corriente de la región, puede explicar cuál es su concepto de la felicidad: la menor distancia entre lo que se tiene y lo que se quiere; cuando el ser humano que no quiere nada, lo tiene todo. La directora parece traducir en las imágenes de su documental esta idea de la felicidad, reconstruyendo la historia de Arroyo con el ritmo pausado de un tiempo que avanza sin prisa en secuencias que permiten observar con detenimiento el lugar donde sucede el milagro. Alternando el plano general del paisaje con su intimidad, representada en los detalles mínimos pero elocuentes del viento, la lluvia, los insectos o los animales, el contraste entre la visión panorámica y los secretos de Guapi permite viajar también alrededor de la biografía de Arroyo y de los muchachos negros que viven y trabajan con él.
Historias cruzadas por el azar, sin que el color de la piel importe tanto como la actitud para comprender y conciliar el encuentro de dos mundos. La geografía de Don Ca es un escenario visto a través de los cuerpos. La pelea de gallos al inicio del documental enseña el despliegue físico y el enfrentamiento de dos animales que luchan a muerte, contrarios a la armonía que define a todo paraíso. Y es que este paraíso muestra pronto a sus serpientes, los paramilitares como emblemas de la amenaza que intoxica el ambiente y que más adelante se mostrará en el claro contraste entre la vida libre de guapi y la represión, el miedo y la violencia.
Don Ca, llegó a Guapi a los 19 años. El documental nos muestra esta llegada a través de fotografías y películas viejas del expedicionario, donde su aspecto —sombrero, botas, barba poblada— recuerda las leyendas del colono que explora el mundo, aunque en el caso del joven Arroyo, este colono era un asmático que no podía ni siquiera guiar sus propios pasos en la región. El explorador aparece cargado por los guías, los mismos que, según el protagonista, le demostraron que no era el dueño del mundo y, en caso de que quisiera serlo, tendría que ganarse el derecho aprendiendo con humildad de la fortaleza y el coraje de los que podían enseñarle a vivir.
Años más tarde, el paraíso de Guapi se convierte en una zona de tensión. Cuando un joven bañado por el sudor camina frente a los cuerpos uniformados de los soldados que patrullan la zona, la metáfora es posible: el cuerpo siniestro de una Colombia violenta se ha echado encima, según Arroyo, sobre lo que fue la felicidad en Guapi, evidente en las escenas de carnaval y en la angustia que agobia a Don Ca por los enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares que lo empiezan a cercar. Esta tensión en el documental muestra la vulnerabilidad del hombre; aunque este trate de ser una isla, el otro mundo llega hasta sus orillas.
Don Ca hace posible, también, la evocación de otros viajeros que hicieron de su vida un relato de aventuras. El más obvio podría ser Hemingway —físicamente, pues Arroyo no expresa el mismo temperamento del escritor/cazador—. También podría ser el Marlow de Conrad viajando en El corazón de las tinieblas al encuentro de Kurtz en el Congo. O quizá, Robert Louis Stevenson quien vivió en Samoa los últimos años de su vida, disfrutó de una felicidad fugitiva pero radiante, y estuvo enfrentado a los poderes políticos que intentaban hacer de la región un botín para los piratas coloniales de Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos. El sentido de la justicia de Stevenson es semejante al sentido ético de Arroyo: mientras Stevenson denunció la voracidad colonial, Don Ca intenta prolongar su vida en Guapi en contra de la voluntad del canibalismo que define a la violencia en Colombia. En este sentido, Don Ca será el retrato de un personaje al que no es fácil rotular: no es un colono explotador, no es un buen samaritano ni un hippie inadaptado. Es un hombre que se salió de las líneas trazadas y de los caminos vendidos como correctos. La suya es una historia que nos permite abordar el espinoso tema de la libertad. La libertad de hacer un camino distinto al que nos proponen las sociedades modernas; la libertad que se le sigue negando a las comunidades afro-colombianas, ya no a través del látigo sino de la violencia y la pobreza; la libertad ilusoria de un continente que sigue trancado en su proceso de verdadera independencia.
Cuando termina el documental, Arroyo avanza por un camino en el que se pierde con el mono, fiel compañero, sobre sus hombros y unos perros. El patriarca continúa en el paraíso. Como la vegetación del Cauca, devastada por la planta hidroeléctrica que se empieza a construir en Guapi, don Ca se resiste a salir de ese lugar elegido, de esa vida que soñó e hizo realidad, esa que huele a selva y a río, aunque todo parezca anunciar que el paraíso pronto se convertirá en un infierno con olor a dolor y a peligro. Esto es lo que concluye también Luciano Barisone, director del festival Visions du Réel de Nyon (Suiza), quien comenta: “La manera en que el personaje principal, la gente y los animales que lo rodean son filmados, los pone a todos en una perspectiva precisa: nos da un sentido profundo del lugar donde la historia está sucediendo, con todas sus contradicciones, su belleza, su frágil existencia (…) Nos gustaría que todos ellos vivieran para siempre. Pero sabemos que es imposible: la situación que describe lo muestra claramente. Así que la película pende entre el sueño y la tragedia y nos deja con el triste sentimiento de la descorazonadora verdad de la vida”.