Cuando uno escucha cantar a Nina Simone le cuesta imaginar lo que fue su vida, una vida cargada de tragedias, de abandonos, de discriminación, de naufragios en alcohol y otras infelices cuestiones. Nina siempre se sintió sola aunque su voz siga acompañado a muchos. “Todos estos años he recibido poco amor… me obsesiona sobre todo por las noches, cuando estoy sola”, decía en sus memorias…y no era mentira.
Hija de predicadores tremendamente rígidos y austeros para los que todo lo que no fuera alabar a Dios era ofenderle, rechazada por los blancos que le cerraron la puerta a su gran sueño, infeliz con sus parejas, y ya en su madurez, ni siquiera a gusto con su soledad, halló su camino y su reivindicación en la música.
Ser mujer, ser negra y haber nacido durante la Gran Depresión en los EEUU era llevar demasiados boletos en la ruleta de la vida como para que se le escapase el peor premio. Sin embargo, fueron su increíble oído musical y su carácter indomable los que la hicieron sobreponerse a todo y a todos, seguir su camino y en algunos momentos puntuales de su vida, incluso ser feliz.
Nacida en 1933 en Tryon (Carolina del Norte) como Eunice Kathleen Waymon, era la sexta de ocho hermanos. Cuenta la leyenda, y le creo, que con solo dos años y medio sacó a piano de oído una canción que había escuchado cantar a sus padres, y que a los cuatro ya tocaba el piano en la iglesia. Su madre achacaba aquel prodigio a una obra de Dios de la que no había que sentirse orgulloso, ya que no obedecía a mérito o esfuerzo alguno. Una feligresa de la iglesia se empeñó en ayudar a que Eunice pudiera estudiar música, algo que sus padres no podían soñar siquiera con pagar. Aquella mujer pagó las clases particulares de piano de Eunice durante un año. La niña progresaba de tal manera que siguieron potenciando su educación musical y, cuando cumplió los diecisiete años, entre todos recaudaron fondos para que pudiese ir a estudiar a la escuela de música más prestigiosa de Nueva York: la Juilliard. Allí, viviendo en casa de un predicador amigo de su madre y tan estricto como ella, la propia Eunice se autoimpuso un régimen de vida centrado exclusivamente en su preparación para el examen de ingreso en el Curtis Institute de Filadelfia, la meca de las escuelas de música de entonces. Hizo la prueba. Ella sabía que lo había hecho muy bien. Pero no la aceptaron. Hubiera sido la primera y única alumna negra del Instituto. Nunca quiso contar lo que sintió, pero aquel día cambió su vida para siempre.
Lo que tenía muy claro es que no quería volver a su pueblo, que quería vivir su vida, y empezó a cantar en tugurios nocturnos de varias ciudades de la costa este. El miedo a que sus padres se enterasen de que se ganaba la vida cantando temas de soul, jazz y blues, para ellos “música compuesta por el diablo”, la empujó a buscarse un nombre artístico tras el que protegerse. Eligió Nina en recuerdo de un amor latino que la llamaba Niña, y Simone en homenaje a su actriz favorita, la francesa Simone Signoret.
En 1958 firmó su primer contrato con una discográfica, la Bethlehem Records, que resultó ser una tremenda estafa. En aquel contrato constaba que ella recibiría una cantidad única de tres mil dólares y que el resto de ingresos serían para la discográfica. Aquellos ingresos superaron el millón de dólares. Profundamente enfadada consigo misma por haberse dejado timar, e indignada con la discográfica y los tiburones que pueblan el universo musical, nunca más se dejó engañar. A partir de aquel día sus negociaciones y lo puntilloso de sus exigencias llegaron a ser míticas en el panorama musical mundial.
Se casó con un policía que dejó de serlo para dedicarse a ser su manager. La cosa duró diez años, diez largos y duros años. Nunca fue feliz. Ni siquiera cantando, porque él la obligaba a firmar contratos que exigían un número elevadísimo de conciertos. Fue entonces cuando el alcohol entró en la vida de Nina y por poco, no la ahogó.
Harta de su matrimonio, de su país y de todo lo que la rodeaba, se fue sin decírselo a nadie a las islas Barbados. Desde principios de los años setenta ya nunca más residió en los EEUU. En Barbados tuvo un affaire amoroso con el portero de un hotel que no sabía quién era ella. Meses después, con el Primer Ministro de las Barbados con quien tuvo una relación amorosa que duró dos años y terminó cuando ella se dio cuenta de que él jamás dejaría a su esposa.
Su carrera musical sufrió altibajos, pero siempre fue reconocida por su calidad. La utilización de varios de sus temas en películas (Sinnerman en El caso Thomas Crown de 1968 y en el remake que hicieron en 1999, entre otras muchas), o la utilización de su My baby just cares for you en el anuncio de Chanel nº5 consolidaron su fama mundial.
Convirtiendo su vida en una especie de huida, la princesa del soul, se marchó a vivir a Liberia, el país de sus ancestros, y de allí a Suiza, para acabar en el sur de Francia, cerca de Marsella, donde murió en el año 2003 de un cáncer de pecho que se negó a dejarse tratar. Y bueno, algún día debía bajar la guardia. Felizmente, sus canciones estarán siempre para quienes vibramos al escucharlas.