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El escritor y su gato

Queremos tanto a Julio

Columna aparecida el 16 de febrero en diario Exitosa 

Gracia Angulo

Publicado: 2016-03-16


Unos labios de trompetista pegados a una pipa. Unos ojos azules inmensos clavados en un gato atigrado. Un cronopio de estatura inalcanzable camuflado bajo el manto de una gabardina. Un genio que desde niño acostumbraba ver entre las grietas. Un argentino con un sentido del humor impecable y una prosa rotunda como un buen golpe.

Un escritor, uno de los más grandes innovadores de la literatura del siglo XX se despidió de este mundo el 12 de febrero de 1984. Julio fue su nombre y Cortázar el apellido que se convirtió en una suerte de marca registrada, en el rótulo de una secta de admiradores: los cortazarianos.

Novelas y cuentos impecables inmortalizaron la vida que hoy pretenden homenajear estas líneas, la del hacedor de puentes entre lo fantástico y lo cotidiano, la de quien cambió las reglas del juego y nos ofreció una nueva manera de abordar la literatura. Y es que su obra permite “todas las imaginaciones” así como el jazz que tanto amaba, el de Bix Beiderbecke, Thelonius Monk o Fats Waller, el soundtrack fascinante del Club de la Serpiente.

Con los relatos de Final del juego (1956), Las armas secretas (1959) o Todos los fuegos el fuego (1966), Cortázar nos mostró su vocación por sorprendernos con tremendos knock-outs. Con Historias de cronopios y de famas (1962), nos regaló fragmentos cargados de humor y de ironía, de sugestión y metáforas, y nos permitió entrar en ese mundo de bichos verdes, húmedos y erizados, los entrañables desadaptados. Y con Rayuela (1963), novela que grabó su nombre en el Boom latinoamericano, nos hizo cómplices capaces de tomar las riendas de nuestra propia lectura, de reconstruir a punta de saltos y retrocesos de página, lo disperso. Todos sus juegos nos liberaron de convenciones pues como dijo Carlos Fuentes, otro de los íconos del Boom, “Cortázar es como el Bolívar de la literatura latinoamericana pues es un hombre que nos ha liberado, que nos dijo que se puede hacer todo”.

Por eso, si me preguntan cuánto tiempo más se recordará su legado, volvería a esa pregunta que el mismo Cortázar formula y responde: “¿Cuánto durará un niño? Durará todo lo que duren sus juegos”. Y los juegos de Julio, son infinitos.


Escrito por

Gracia Angulo

Editora independiente. Autora de la columna "La invención de Morel" que se publica todos los martes en Diario Exitosa.


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