Un maestro del engaño
Un pequeño homenaje a Bioy Casares
Columna publicada en diario Exitosa el martes 08 de marzo
En setiembre de 2015, cuando me alistaba para iniciarme como columnista de este diario, mi editor me sugirió colocar un nombre para el espacio que ocuparían mis colaboraciones cada martes. No había contemplado esta opción pero ante el pedido, solo un nombre vino a mi mente: La invención de Morel.
El nombre lo tomé prestado de la primera novela de Adolfo Bioy Casares, esa que Borges prologó y definió como “perfecta”. En ella, se narra la historia de un fugitivo que llega a una isla perdida. Entre los habitantes de la isla se encuentran la bella Faustine y el científico Morel, artífice de una máquina que reproduce imágenes que parecen absolutamente reales, que pueden olerse y hasta tocarse, pero con las que no hay posibilidad de interactuar. Una suerte de proyector cinematográfico que repetirá ad eternum imágenes en las que el fugitivo se irá introduciendo, primero como espectador y luego como guionista de su propia historia.
No es casual que el espacio elegido para el cruce entre los mundos real y virtual, sea precisamente una isla. En la vasta tradición literaria, la isla se configura como espacio ajeno, apartado, como refugio y como lugar propicio para construir una nueva realidad. Sin embargo, esta nueva realidad también puede dar paso al deterioro, a la deformación, a la anti-utopía. Gracias a la reproducción de la máquina, Morel quiere garantizar la inmortalidad, pero el costo es el sacrificio de las personas reales: son los avatares los que viven otras vidas, mientras las reales van perdiendo el alma en la multiplicación de estas imágenes. Creo que tenía quince o dieciséis años cuando esta posibilidad de una vida múltiple, de una inmortalidad virtual, me robó el sueño por varios días. Y por varios días, también, anduve inmersa en esa apabullante sensación de desconcierto que se instala desde la primera hasta la última página, agazapada y tensionada como la escritura del protagonista.
Y es que Casares es un maestro del engaño, un autor que con gran maestría supo usar la metáfora de la máquina para reflexionar sobre nuestra percepción del tiempo y de la realidad, pero también como un símil de su propio proceso de escritura, una narración con distintos niveles en los que, como si se tratara de cajas chinas, vamos aprehendiendo desde distintas perspectivas, la totalidad.
Hoy que se cumple un aniversario más de la partida del escritor argentino (8 de marzo de 1999), no podía hacer menos que dedicarle unas líneas a su enorme figura.