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retrato de eduardo chirinos

Una alabanza inconclusa

(In memoriam: Eduardo Chirinos)

Columna publicada el 18 de febrero en diario Exitosa 

Gracia Angulo

Publicado: 2016-03-16

Dicen que el río es la vida y el mar la muerte. El río de Eduardo Chirinos (1960-2016) estuvo cargado de poesía, de música, de arte, de quimeras. Desde la publicación de su primer poemario, Cuadernos de Horacio Morell (1981), su poética solo fue sumando, acierto tras acierto, su caudal. El libro de los encuentros (1988), Abecedario del agua (2000), Breve historia de la música (2001), No tengo ruiseñores en el dedo (2006) o Mientras el lobo está (2009) son piezas maestras que no se apagan aunque ayer, al mediodía, haya ido a darle el encuentro a sus admirados Vallejo, Moro y Westphalen. El cáncer que lo atacó algunos años atrás volvió para vencer y se lo llevó, demasiado pronto.  

Miento. La enfermedad no venció a tantas líneas que podemos revisitar, esos versos cargados de humor y de ironía en los que puede identificarse una intención cercana al conversacionalismo y una personal exploración de los límites del lenguaje, de la lógica del discurso. Los primeros libros, sobre todo, apuntan en esta dirección. Sin embargo, también podríamos hablar de un punto de quiebre desde Escrito en Missoula (2003), en la medida en que el tono se mantiene pero el mundo referido se amplía a tratados de zoología, libros de antropología, piezas de arte, diccionarios y más, señal de que el poeta peruano entendía a la poesía como una extensión de su propia vida y de sus múltiples intereses, como un ente total que se convierte, en sus palabras, en “un ojo que mira, un oído que escucha, un pulmón que respira, una mente que piensa”.

En los últimos años, cuando el cáncer anidó en su cuerpo, Chirinos volvió a las lecturas que tanto le apasionaban, lecturas que dieron forma a originales poemarios como 35 lecciones de biología y 3 crónicas didácticas (2013), en el que la voz poética se camufla tras la piel y la voz de distintos animales. Una especie de reivindicación del instinto en las puertas de su propia lucha contra el mal que tomó su cuerpo pero no acalló su escritura. De hecho, este proceso de sentir el cuerpo herido y acusar su debilidad, pero nunca en un tono lastimero ni autocompasivo, es el tema central de su último poemario Medicinas para quebrantamientos del halcón (2015).

Pero antes y durante el mal, estuvo también la música, otra de sus grandes pasiones. Como él confesó en alguna entrevista, siempre escribía escuchando música porque esta ponía fin al silencio perturbador del mundo. En el preludio de Breve historia de la música (2001) el poeta reconocía justamente “el placer de cerrar los ojos para ver las evanescentes y seductoras imágenes que brotan de cada pieza y que tienden, por lo general, a configurar un argumento”.

Esa música sigue sonando ahora en tus versos, Eduardo y alivia un poco este silencio que has dejado.

Dicen que el río es la vida y el mar la muerte.

He aquí mi elegía:

un río es un río

y la muerte un asunto que no nos debe importar.


Escrito por

Gracia Angulo

Editora independiente. Autora de la columna "La invención de Morel" que se publica todos los martes en Diario Exitosa.


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